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Voy a seducir a Ted Hughes. Assia Wevill (1927-1969) y su marido habían recibido una invitación para pasar el fin de semana en el campo. Los anfitriones: el brillante matrimonio compuesto por Ted Hughes y Sylvia Plath, cuyo piso londinense acababan de alquilar. La frase, comentario a una colega del trabajo, resultará premonitoria, pues tanto Hughes como Assia quedaron mutuamente deslumbrados. Sería el principio de una atormentada historia de amor que pronto quedó marcada por la tragedia a raíz del suicidio de Plath, ya separada del poeta. Aunque compartió su vida con Ted Hugues durante seis años y le dio una hija, Assia siempre se vio relegada a un segundo plano. Al final, hundida en la depresión, acabaría quitándose la vida igual que Sylvia, sólo que llevándose también a su pequeña. Exótica, cosmopolita y culta, Assia Wevill hipnotizaba por igual a hombres y a mujeres. Pero, pese a su aparente aplomo, una inseguridad de fondo le impedía encontrar su centro y la llevaba a definirse siempre en función de los hombres de su vida. En su testamento dejó escrito un epitafio para su tumba: Aquí yace una amante de la sinrazón y una exiliada. Como tantas otras veces, y empeñado en borrar su rastro, Hughes tampoco respetaría su última voluntad.